lunes, 21 de septiembre de 2009

¿Quién sabe qué seremos?

Quién sabe qué seremos? Que existimos/es un rumor en que creemos cada vez/que nos acordamos de haber sido niños./Pero al punto sopla un viento grande y pasa/por nosotros como en otoño el viento por toneles vacíos

Rilke

domingo, 20 de septiembre de 2009

¿No están hechas

¿No están hechas las noches del espacio cruel/de todos los abrazos que perdió el amante?/Tú que amas sin límite, y quieres resistir:/fluye como fuente y reclúyete en el laurel.
Rilke

martes, 2 de junio de 2009

Decir lo que ama

Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida enmedio,
pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición, sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino libertad de estar preso en alguien
Cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
Alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina,
Por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
Y mi cuerpo y mi espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
Como leños perdidos que el mar anega o levanta
Libremente, con la libertad del amor,
La única libertad que me exalta,
La única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:
Si no te conozco, no he vivido;
Si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido

jueves, 21 de mayo de 2009

Luis Cernuda



Pobres amantes,
¿de qué os sirvieron las infantiles arras que cruzasteis,
cartas, rizos de luz recién cortada, seda cobriza o negra
ala?
Los atardeceres de manos furtivas,
el trémulo palpitar, los labios que suspiran,
la adoración rendida a un leve sexo vanidoso,
los ay mi vida y los ay muerte mía,
todo, todo,
amarillea y cae y huye con el aire que no vuelve.

Oh, amantes,
encadenados entre los manzanos del edén,
cuando el amor muere,
vuestra crueldad; vuestra piedad pierde su presa,
y vuestros brazos caen como cataratas macilentas,
vuestro pecho queda como roca sin ave,
y en tanto despreciáis todo lo que no lleve un velo funerario,
fertilizáis con lágrimas la tumba de los sueños,
dejando allí caer, ignorantes como niños,
la libertad, la perla de los días.

Pero tú y yo sabemos,
río que bajo mi casa fugitiva deslizas tu vida experta,
que cuando el hombre no tiene ligados sus miembros
por las encantadoras mallas del amor,
cuando el deseo es como una cálida azucena
que se ofrece a todo cuerpo hermoso que fluya a
nuestro lado,
cuánto vale una noche como ésta, indecisa
entre la primavera última y el estío primero,
este instante en que oigo los leves chasquidos del bosque
nocturno. Conforme conmigo mismo y con la indiferencia
de los otros,
solo yo con mi vida,
con mi parte en el mundo.


(DANS MA PÈNICHE)

viernes, 26 de diciembre de 2008

Nick (por Juan Ramón Jiménez)

Yo no soy yo.
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo;
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces, olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.

Enviado por UnasMedias

domingo, 8 de julio de 2007

Jazz en La Ópera


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Benson, en silncio, comía granos tostados de cacao en el vestíbulo de la Ópera.

La puerta de la sala se iba a cerrar, los espectadores rezagados buscaban sus asientos y los músicos calentaban dedos zumbando como una banda de mosquitos a la hora de la siesta. Sobresalía un clarinete que tocaba viejo jazz pegadizo, una antigua melodía que todos se sabían: ‘¡En marcha!’. Un saxo gangoso le seguía, “gu-guá”, y un contrabajo marcaba un contrapunto rápido de virtuoso dum-dum-dudum-dududum-dong-dong.

“Jazz”, gritaron los espectadores muy contentos —los colonos espaciales estaban orgullosos de ir a la ópera, el colmo de la elegancia, pero en su corazón amaban el jazz que se tocaba en las tabernas de sus mundos— “¡Más jazz!”, pidieron, y una trompeta se lanzó más fuerte: ¡EN MARCHA!.



Benson se sonrió. ¡Qué oportuno! Justamente él tenía que tomar aquella misma decisión: Marcharse con el general Azumbre, o continuar haciendo su música en la taberna de Cannas. ¿Qué hacía? ¿Tomaba el trabajo que le ofrecía el general en su nuevo planeta en construcción?

—¡No te vayas, Benson! —le tiraba de la manga la pobre Yanna, su amiga, muy apurada.

El general Azumbre escuchaba la música junto a ellos tan tranquilo como si no llevase encima armas como para destruir un planeta entero. Se había quitado el casco de acero, alargaba el oído con interés y seguía la melodía con el pie.

Dentro de la sala se escuchó de pronto la preciosa voz de Pezlunar, la diva que tenía que cantar ópera aquella noche, pero que se había animado y se había arrancado
con una viejísima melodía de Miles Davis, “Kind of blue” —una canción de amor—, y hacía vibrar el aire leeeeeenta y suaaaaavemente arrolladora, “LÁGRIMAS AZULES EN TUS OJOS”, cantaba...

El general Azumbre se estremeció. La voz de la cantante le afectaba profundamente. Encogió su ojo periscópico, es decir lo cerró, dejó de ver, y se concentró en la música.



Se decía que antes, hacía tiempo, el general Azumbre había sido joven y que había estado enamorado de una chica pero ella le había rechazado. Asuntos de juventud tan viejos como el mundo. Azumbre había llorado por ella interminablemente y la sal de sus lágrimas le había secado los ojos y le había dejado ciego y sin sentimientos. El ojo artificial que le habían injertado le había permitido recuperar la vista, pero los sentimientos no habían tenido arreglo. Azumbre nunca había tenido una mujer, una sola, una que le gustase de verdad. Las mujeres decían que era un bruto, que era un monstruo, y eran muy pocas las que se habían atrevido a acercarse a él, y menos las que le habían querido.

.

Pero en este momento el general, con su único ojo articial cerrado, ciego, vulnerable y vibrando con la música, no parecía tan mala persona, o, al menos, no tan mal cacho de carne en lata... 'Lágrimas azules en tus ojos", entonaba lentamente la cantante, y Benson pensó que nadie había conocido a Azumbre tan bien como para llamarle monstruo.

lunes, 25 de junio de 2007

Ópera flotante 3.- El rey del cacao


Los soldados del general Azumbre dejaron las armas en el guardarropa del Palacio de la Ópera. Uno feo pequeñajo desdentado auténtico cangrejo de plástico, abrió su casco: en la frente no había sesos sino un cañoncito portátil con mira de precisión, carga de guerra y bomba de hidrógeno. Chismecillo letal. El soldado se lo extrajo y lo echó a rodar sobre el mostrador, y se rió tontamente con la e JEEEEE-E-E-EEEJ... La chavala del guardarropa chilló... y él le guiñó un ojo.

¿Dónde escondía la masa encefálica aquel bergante? De fijo que no le servía para pensar pero al menos debería tenerla para poder obedecer las órdenes… Era un misterio.

Azumbre sonreía distraído. Sacaba del cinto unas habas tostadas de cacao, las estrujaba, les quitaba la corteza y las mordisqueaba. ¿Un placer? Tenían que estar muy amargas pero él, simple cacho de carne con tornillos, no lo notaba.

Olía intensamente a chocolate.

De pronto vio a Benson y su ojo metálico brilló con interés. Se acercó.

—¡Usted es el hombre de la piel verde! —sonrió amablemente— El que fabrica oxígeno, como las plantas —inclinó el corpachón y clavó su ojo en él.

Una peste a cacao agrio surgió de sus muelas cariadas y Benson se echó atrás con asco.

—No se asuste, amigo. Sólo le haré una proposición de negocios. Necesito gente como usted, que entienda de vegetales, para cultivar nuestro planeta. ¡Oh, es un paraíso! ¡Lo más bonito de toda la gran galaxia! Hay islas abundantes en la franja tropical con clima suave, vegetación salvaje, animales libres, aguas mansas, mares limpios, playas blancas… Se está de vicio ¡¡¡

La fea cara de Azumbre se puso poética.

—Yo sé que su vida es pura bazofia, joven: se ha vuelto medio planta, le ha dejado la novia y el gobierno le busca para cortarlo en pedacitos para investigación. Usted ha huído y malvive disfrazado de artista, cantando y limpiando suelos en una taberna de un planetucho de tercera.

Extendió su enorme mano con un puñado de habas de cacao.

—Únase a nosotros, ayude a civilizar nuestro planeta, eche una mano con las plantaciones y tendrá usted un pedazo de tierra en el paraíso. Será usted el rey del cacao y todo el mundo le respetará. Yo le respetaré.

Benson tomó un grano y comprobó con sorpresa que estaba muy bueno.

—No más fregar —remachó Azumbre con una sonrisa marrón.

»¡No más fregar! —y el cerebro Benson mordisqueó la grata posibilidad.