Philomaena Benson se extañaba una y mil veces de que una chica exquisita como Yohana pudiera estar haciendo su música en aquella taberna del puerto espacial del planeta Cannas.
Admiraba su figura fría que pasaba entre las mesas saludando a los clientes, rechazando las manos, sonriendo. Le gustaba su cráneo bien afeitado, sus ojazos negros y su sari color noche.
- ¡Yohana, te voy a llevar a la Ópera! -le dijo a la tarde siguiente.
- Me gustaría -sonrió la chica-, pero en esta parte del espacio no hay. Somos la última frontera, somos brutos y nos gusta la música maleducada.
- Han puesto en órbita una Ópera a unos pocos parsecs de aquí, y te aseguro que es lo más nuevo y lo más moderno que flota en el espacio. No puedes estar siempre aquí, Yohana, encerrada en el puerto con los navegantes borrachos, desperdiciando tu música.
Yohana, humildemente, no creía que se estuviera desperdiciando nada pero se marchó corriendo a arreglarse, se puso un sari fino, se perfumó el suave cráneo y volvió con Benson en diez minutos.
- ¡Estás muy bien!
El edificio de la Ópera Flotante se veía desde lejos por su brillo. Parecía una esfera de diamante.
- ¿Cómo lo han hecho? -dijo Yohana, con asombro.
- Han tomado un grumo gigante de plástico termolábil y lo han rebozado con polvo de sílice, como una grandiosa croqueta. La han puesto en órbita y han provocado una reacción química que ha generado mucho calor en el corazón de plástico. Así es como la han expandido. El exterior de sílice se ha fundido también, pero enseguida el frío del espacio lo ha compactado, cristalizado, y ha formado esa costra transparente, esa enorme pompa brillante. ¡Es toda una idea! El interior también es de neocristal: los suelos, los asientos, las paredes...
- ¡Ay! -se agitó Yohana con inquietud- ¿Quieres decir que los techos son transparentes y que los del piso de abajo me pueden ver las plantas de los pies?
Y se marchó corriendo a cubrírselas con henna porque, según la religión de los artistas de música corporal, las sensibles plantas de los pies eran sagradas y no se debían mostrar desnudas.
2 comentarios:
Felicidades, muchas felicidades.
Cobayas así las necesitamos siempre porque sin ellas avanzar es un imposible.
Me encantado tu relato y sus trasparencias, las que expresan tu deseo de abrirte a los demas.
Un beso y quisiera leerte durante muchos años.
¡Guapa!
El viejo Benson. Qué tiempos. A veces dudo entre maldecirlos o bendecirlos.
Bene.
Publicar un comentario