miércoles, 13 de junio de 2007

Ópera flotante 3.- El general Azumbre

La Frontera, el último cinturón de mundos nuevos, cubría aquel brazo de la galaxia. Era un lugar salvaje donde iban los que no tenían nada que perder, como colonos de los nuevos planetas apenas habitables, apenas dignos de llamarse civilizados, sin dueños y sin trabas y olvidados por la Ley.



La nueva Ópera Flotante era el orgullo de La Frontera, y sus parroquianos eran pioneros de lo más animado.

Benson y Yahnna miraron la fauna que entraba en el auditorio:

Tipos riquísimos cuajados de pedrería recién extraída en los nuevos yacimientos, que mascaban tabaco y lo escupían groseramente por el colmillo. Mujeres muy guapas con vestidos refinadísimos, pero que se descalzaban en sus butacas y agitaban los dedos de los pies en alto, acostumbradas como estaban a llevar botas para el barro en sus asentamientos. Luego, la masa sencilla con la piel curtida por mil soles que se reía y gritaba en libertad, como si estuvieran en las tabernas y los tinglados libres de sus propios planetas. Los niños nacidos en la periferia, que nunca habían conocido el lujo, iban por el edificio de cristal con la boca abierta y los ojos como platos. Se veía algún viejo patricio desterrado por intrigas políticas sentado en su palco con dignidad, con indolencia, añorando un destino superior y más refinado. La Frontera era un hervidero de intrigas y luchas de poder, un campo efervescente de codicia, donde los desterrados de la política central también encontraban lugar para sus habilidades.




En ese momento entraba un buen ejemplo de luchador: el general Azumbre, un tipo que había empezado vendiendo protección y había acabado con un ejército propio que alquilaba para pacificar tal o cual planeta, o para destrozarlo, según le pagaran. Era un individuo enorme que venía revestido de una armadura completa, reluciente, que hacía un estruendo como de trueno a cada paso que daba y que miraba ferozmente con un solo ojo telescópico todo a su alrededor, como calculando a quién se iba a comer primero. Venía serio y cejijunto, y rodeado por un montón de guerreros de los suyos, todos exoesqueleto metálico y barbas salvajes. Un horror.

Los jóvenes vigilantes de la entrada, que estaban orgullosos de pertenecer al personal de la bella Ópera Flotante y no tenían miedo, le cerraron el paso a Azumbre y le indicaron que allí no se podía entrar con armas. Todo el cortejo de guerreros se detuvo. Azumbre miró al rubio jovencito que le señalaba el guardarropa con un dedo largo de artista, miró la multitud congregada dentro de la sala, calculó su poder si se producía una estampida, observó las armas de defensa que le apuntaban ocultas en las puertas, y decidió portarse bien: Ordenó a sus soldados que diesen la vuelta y dejasen las armas en el guardarropas.




Los guardianes de la ópera suspiraron de alivio mientras los enormes guerreros crujían y retrocedían.

Benson también sintió un gran alivio. Sonrió y decidió que era hora de buscar asiento

—¿Entramos? —le dijo a Yahna.

Pero la chica le apretó el brazo con miedo.

—Se están metiendo en los pasillos interiores —susurró.

La mayoría de los guerreros se habían escabullido en silencio por los pasillos de cristal azul que llevaban a la parte de atrás del escenario y a los camerinos. Se estaban infiltrando en el edificio sin que nadie se diese cuenta.

1 comentario:

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